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Desde hace unos meses volví a llevar un libro ligero en el bolso, como para variar de actividad y disminuir la tensión de mi cuerpo mientras espero en alguna sala o en filas de esas que con sólo verlas, una se cansa. Elegí un libro de cuentos, buscando finales más inmediatos y para eso me llevé el libro ‘La violenta ausencia del color del agua', del escritor costarricense Rolando Durán. Sus cuentos exploran la naturaleza del ser humano en su ángulo oculto, tal vez en lo inconfesable. Cada una de las historias que he leído hasta ahora, cuentan de una pasión oculta, del verdadero móvil de un asesinato o de un secreto que su protagonista cree que nadie sabe. Comienza con un epígrafe de la escritora Clarice Lispector, que habla de los espejos como la posibilidad de ausentarse de sí mismo y entender la profundidad en su ser vacío, de meterse de lleno en su propia imagen para entender que lo que se proyecta está lejos de lo que se es. Si, porque cuando una se mira al espejo a solas, puede ver lo que quiere enseñar y a la vez puede escuchar esos pensamientos que no le dice a nadie, como si fuera una confesión.

Como es mi libro de cuentos compañero, voy de a poco, disfrutando las historias y debatiendo con los personajes, pensando en la vida y comprendiendo mis propios temores. En eso me toca el turno y la espera se hizo nada. Así es un libro compañero, que no te crea tensión muscular, pero te aporta reflexión en medio de tanta espera.

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Del libro que les comenté la semana pasada, La violenta ausencia del color del agua, hay un cuento que me hizo pensar mucho en ese otro lado que tiene toda realidad; es decir, el punto de vista desde el cual un hecho se convierte en un drama, porque la realidad no es plana, ni se puede entender desde una sola perspectiva. En "Al otro lado de la sangre", su autor, el escritor costarricense Rolando Durán, aborda el asalto a la casa de una mujer solitaria en un barrio de clase media urbana "en deterioro" - como lo resume Durán - desde la perspectiva de Alexis, uno de los asaltantes, a quien además le toca la tarea de inmovilizar a la víctima para que no escape de la escena y les denuncie.

Cuando la mujer cae al suelo, los asaltantes se dan cuenta de la complicación que surge, pues suman al robo un asesinato y si sobrevive podría reconocerlos. Sin embargo, para Alexis existen muchas contradicciones, ya que detesta la estigmatización hacia los inmigrantes (a la cual está colaborando con su acción), fue el autor material y además la víctima era la mujer de quien se había enamorado en silencio años antes cargándole unos paquetes. Ese día la pudo ver de cerca por segunda vez, y - para su desgracia - en esta ocasión tirada en el piso y ensangrentada.

Este cuento usa diálogos con lenguaje coloquial para contar la relación entre los asaltantes, pero un narrador omnisciente, nos relata los sentimientos que atraviesan al personaje principal y la historia de vida de la víctima. Al final, el ladrón no puede entender lo que está pasando. Para él es tan sorpresa como para quién va leyendo este final inesperado, con el cual el autor logra - por unos minutos - ponernos del otro lado de un hecho violento que probablemente aparecerá en los noticieros narrado como un caso más de asesinato. Sin embargo, queda una inevitable reflexión ante el drama que ocultan sus protagonistas, la carga de su destino y la liberación que trae el desesperado y certero golpe final en este encuentro de realidades sociales tan distantes.

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