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Una mujer desarmada se tropieza, el graznido feroz de un cuervo, caravanas de migrantes, una explosión en la ciudad: los habitantes de este libro. Pero también la ternura en la mirada de un hombre, un bosque de árboles milenarios y un viaje ancestral. La mujer se pone de pie.

Rolando Durán camina por el mundo, escucha, observa y junta: historias, personas, batallas, ríos. Pero no para dejar rastro sino para delinear con todo lo que se le cruza un mapa. Y para hacerlo, esa es nuestra suerte, elige la poesía.

Este mapa del mundo es a la vez ancestral y nuevo, personal y universal, trágico y hermoso. Su mirada raspa la superficie de las cosas para verlas como por primera vez. Para contar lo que ve cuidándose de explicarlo.

Es que ¿cómo explicarlo? ¿y para qué? si nos regala versos como este: “La niña de los pies de mariposa / se hunde / en las entrañas amarillas / en el presagio seguro / de las despedidas”.

Cada uno de los 16 poemas que integran este libro es un espejo del mundo, de un mundo a primera vista desconocido y alejado. Eso nos atrae. Djibouti, Antananarivo, Mar Rojo, Niqab, nombres propios que sirven como contraseñas, como conjuros que descubren una nostalgia antigua.

Pero son estos pequeños espejos, que forman ese diamante de muchas caras que es el mundo, los que se van revelando para mostrarnos lo que tenemos en común. Un mismo origen -el dolor, la memoria, la ternura- y un mismo deseo.

Julieta Correa